
La tormenta era tan fuerte que pronto me di cuenta de
que había perdido al resto de la expedición, ya no podía ni ver ni oír
nada a mi alrededor, así que traté, como supongo que hacían el resto, de
poner a salvo mi pellejo. A estas alturas a nadie le importaba ya
nuestra misión inicial, casi olvidada y sólo recordada por lo ridículo
de la idea, y tal era el desprecio por la misión, que cada uno lo hacía
por su cuenta, reduciendo al mínimo cualquier posibilidad de éxito, no
sólo de conseguir los...