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martes, 4 de diciembre de 2012

Simon y Overmyer, Treme y la música



Cuántas películas o series tratan de la música, de su mundo, de sus secretos. Cientos de ellas, a decir verdad. Pero, ¿es en ellas la música la protagonista? Treme, la última creación de David Simon (1960) y Eric Overmyer(1951) para la HBO, nos traslada a Nueva Orleans, Luisiana, para mostrarnos lo que ha sido de la ciudad tras la catástrofe del huracán Katrina. Y entre escombros y edificios derruidos, y a través de las vidas truncadas de miles de personas, hay algo que con todo, y nunca mejor dicho, sale a flote. La salvación consiste, para unos, en reconstruir su casa o su negocio; para otros, en cambio, en retomar su guitarra, su violín, su trombón o su voz y, a pesar de todo, en armarse de valor y volver así a locales, salas de concierto y carnavales y tocar, tocar siempre. ¿Qué les mueve, qué es lo que les impulsa a hacerlo?  El secreto está en la música.

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David Simon, principal creador The Wire y Treme, pasa por ser uno de los cronistas de la historia reciente de Norteamérica. Desde Homicide: Life on the Street, serie dedicada a los avatares de un departamento de policía de Baltimore, es amigo de Eric Overmyer, quien asimismo es escritor, guionista y productor ejecutivo de esos y otros trabajos. Ambos forman una interesante pareja creativa que no deja de dar suntuosos frutos, y lo cierto es que semejante status –el de cronista del presente– parece poder atribuirse también a más escritores contemporáneos, sin duda. Pero en especial The Wire y Treme, quizá junto con The Corner (La esquina), representan un hito en la narrativa norteamericana. Tejen una ambiciosa red de experiencias, sucesos y casualidades que, con todo, nada tienen de pretencioso, ni nada de casual; y lo hacen retomando la estructura argumental y la intensidad dramática de la mejor tradición anglosajona: no en vano resuenan ecos de Dickens, de Dos Passos y Hemingway en sus obras. Y si en The Corner y The Wire los hilos conductores del relato eran el narcotráfico y su sombra, la corrupción, en Treme, si se puede hablar así, es la música lo que funciona como leitmotiv. Desde este blog, esperamos con impaciencia un último episodio de ese complejo y revelador diagnóstico de nuestra época que deben de estar tejiendo ya Simon y cía., si es que no lo han hecho aún. Pero por el momento hemos de concentrarnos, y no sin urgencia además, en el sentido y la trascendencia de la música.
Hay que destacar el hecho –digno de mención– de que tales narraciones sobre la actual realidad norteamericana se muestran al espectador como abstracciones profundas, deliberadas, pero al mismo tiempo, y no obstante, como retratos y descripciones profunda, deliberadamente realistas de esa misma y no otra realidad. Es así como caben bajo el rótulo de lo que se ha dado en llamar el “nuevo cine”, consagrado a la pequeña pantalla y a un metraje más largo. Pero contra lo que parece ser una trama más entra las decenas que conforman el presente panorama cinematográfico, la empresa de Simon y Overmyer entraña un significado preeminente. El rango de “obra maestra” no es unívoco. Quizá esa presunta maestría estribe en que su gran aportación a la sociedad del presente posee un valor crítico, polémico. Y si dicho valor reside en alguna parte, entonces es en el desvelamiento progresivo de los contrastes, las contradicciones y, en definitiva, de la injusticia vigente e inherente al sistema político, económico y social de la cultura occidental. Una injusticia que los creadores han plasmado, a lo largo de sus carreras artísticas, en sus múltiples variantes y en sus más ambiguas formas de manifestación, como lo son la enajenación, la resignación y el desencanto generalizados; como lo es la ambivalencia de toda actividad encaminada a un fin relativo al mero interés; como lo son la degradación moral y psicológica y la complicidad de toda presunta inocencia en el triunfo del poder sobre sus víctimas. Así, nadie es absolutamente libre, ni absolutamente inocente, por lo que, como se echa de ver, aquí se trata de una injusticia que en modo alguno puede sernos ajena.

Ahora bien, en ese microcosmos que representa Treme en concreto, asistimos a la fase de recuperación de Nueva Orleans tras la catástrofe del huracán Katrina. Tres meses después, hay quien regresa para quedarse y reanudar su vida, y hay quien decide abandonar. Miles de personas tuvieron que retomar el curso de sus vidas a duras penas, mientras que otras perdieron la esperanza. Pero siendo fieles al espíritu de la narración, es preciso señalar ya que dicha reconstrucción tiene que ver precisamente con esas vidas, con la manera de vivir y la cultura del lugar –antes que con el paisaje y la economía urbanas. Pues lo llamativo es que la verdadera catástrofe, a pesar de todo, no es natural, sino humana: no es sino la que originan las ambiciones y el interés en la gestión del rescate posterior al desastre, en una tensa confusión que parece enfrentar a todos contra todos y, por si fuera poco, contra ellos mismos, y no ya contra la absurda hostilidad del clima. ¿Por qué hemos dicho, si no, que Treme, como hacía también The Wire, abarca pues a la sociedad en su conjunto? La razón es que la trama incluye a los poderes fácticos en la forma de sus agentes típicos, de sus representantes más característicos: abogados y profesores, policías y políticos, oportunistas inversores y subcontratantes a gran escala, sin olvidar a los indios guardianes de la llama, a los jóvenes y, cómo no, a los músicos –de todas las edades; personajes de la vida de la ciudad como lo pueden ser también los barmans, cocineros, obreros y otros tantos estereotipos sociales: todos ellos conforman, en el entramado de sus diversas relaciones, los ejes de la acción. Y por encima de todos ellos, o mejor dicho, entre sus respectivos cuerpos, como el éter o el aire que alienta e insufla vida al mundo, está la música.
Tremé, a propósito, es el barrio por excelencia de los músicos que da nombre a la serie, y que, en efecto, debe de ser un enclave neurálgico para los lugareños. Parece ser una fábrica popular de cultura musical aún en nuestros días, y es el escenario en el que en un principio debió basarse la historia, aunque después ésta haya trascendido al Tremé y nos hable, por suerte, de toda la ciudad. Dentro de ese asentamiento del delta que vio nacer a Louis Armstrong y Fats Domino, principal puerto del río Mississipi y villa multicultural donde las haya, ese pequeño rincón del mundo goza de un raro privilegio: el de ser la cuna del Rhythm’Blues, género sin el cual, la verdad sea dicha, el Rock&Roll habría sido inimaginable. Y qué decir de éste último, ¿verdad? Si a eso le añadimos el mestizaje criollo y la peculiar gastronomía, el cajún y el delta blues, el Jazz Fest y el Mardi Gras, los carnavales y las fiestas donde la urbe se viste con sus mejores galas, donde se come con el mejor gusto y donde la belleza y la fuerza de la música brillan en todo su esplendor, entonces nos encontramos con el valiosísimo tesoro de ese pedazo de tierra y agua y alma que ha sido y es Nueva Orleans: el inconfundible ejemplo de lo que la música, y tal vez sólo la música, es capaz. Pues ésta resiste el pulso frente a la ciega adversidad, colma de vitalidad tanto a los más como a los menos favorecidos y mantiene a flote la dignidad de un estilo de vida propio, de una forma particular y única de estar en el mundo –y que es inconmensurable, insustituible. Lo que ni siquiera un devastador diluvio de proporciones apocalípticas puede llegar jamás a destruir.

De hecho, y como han señalado ya numerosos críticos de Treme, la música no es un mero añadido de la escena. No es un agregado postizo, accidental, en la composición del cuadro narrativo, sino que dinamiza y refresca, de manera constante además, la realidad social representada. Así pues, pertenece íntegramente al contenido del relato. Es más, la música es la esencia misma del relato. Para llevar a cabo semejante tarea de expresión, tarea que consiste en inundar en un torrente de música todos y cada uno de los capítulos, la serie contrata a artistas locales y músicos reconocidos para que toquen. Y lo bueno, lo más destacable, es que les paga por hacerlo. Emplea canciones ya existentes, muchas de las cuales están sin duda grabadas ya en nuestra memoria. Cómo obviar, entretanto, esa legendaria “Blueberry Hill” tocada por el mismísimo, ya anciano, Fats. Por si fuera poco, se ha asegurado que sean los propios músicos y compositores de Nueva Orleans los que cobran los derechos, no los sellos ni los editores de Nueva York o Los Ángeles. Y en ese delirio ininterrumpido de melodía, ritmo y baile sin fin aparecen así bandas como la Rebirth Brass Band o la Treme Brass Band y muchos otros artistas de renombre y de prestigio como Irma Thomas, Lloyd Price, Coco Robicheaux, John Boutté y un largo etcétera.
¿Cómo podríamos, por tanto, dejar ese factor al margen, si resulta ser tan, tan idiosincrático? Sería más reprochable aún que obviar la enorme calidad –notable, a veces memorable– de ciertos actores del reparto. Porque con todo, y en el caso que nos concierne ahora, la verdad es que la música es la protagonista de la serie. Carnavales indios, funerales acompañados por el jazz, bolos de cualquier género en restaurantes, aeropuertos, fiestas privadas y locales de toda índole, e incluso actuaciones callejeras espontáneas, todo contribuye a reflejar ese ambiente, tan festivo y a la vez tan melancólico, de la ciudad. Un lugar que, a estas alturas de la canción, sabemos ya ese espacio común para la conservación y el desarrollo de la tradición musical contemporánea, y en consecuencia el ejemplo idóneo y más oportuno para una fiel reproducción en la pantalla. Y tal vez sea justamente esa actitud, la de una cierta responsabilidad para con la tradición, la que distingue a algunos personajes de los otros. Pues para muchos, la tradición no es sino un puñado de canciones alegres y acaso un pretexto para la diversión y la holganza, mientras que para otros, como para el propio David Simon, es algo más, a saber, la principal riqueza, el espíritu mismo de Nueva Orleans. ¿Y qué es Nueva Orleans? “(Nueva Orleans) representa –según Simon – la quintaesencia de los Estados Unidos. Aquí se mezclaron los ritmos propios de los esclavos de África occidental con la instrumentación y arreglos de la música europea, y ocurrió por la peculiaridad de instituciones estadounidenses como el esclavismo, que se mezcló con la permisividad de la cultura francesa criolla. En Virginia no les dejaban tocar los tambores. Aquí sí, y así nació el jazz.”

Llegados a este punto, es obvio que Simon y sus colegas, en lo que respecta a Treme, han invertido la perspectiva narrativa. Las claves bajo las cuales se introduce la música como columna vertebral de la serie resultan ser radicalmente diferentes, e incluso podríamos decir que opuestas, a como se emplean la droga, el narcotráfico y la corrupción institucional en el desarrollo de la historia de The Wire. Quien haya visto esta serie, tendrá una imagen inevitablemente negativa de la droga, de la corrupción y de esa triste realidad social que, por desgracia, la circunda y sufre su influencia. ¿Pero qué es de la música? Si bien tanto el uno como el otro elemento no carecen de esas ambigüedades intrínsecas que hemos mencionado arriba, ni de una cierta susceptibilidad a transformarse al ritmo de los intereses y las necesidades, lo cierto es que la música se entiende desde un enfoque no sólo literal, sino también moralmente, positivo. Dicho de otro modo: es tal su grado de repercusión social y cultural que, para poner en escena su verdadero valor, como ocurría en The Wire con la droga, no hay más que reflejar lo que ocurre. Y lo que ocurre es que ese valor que alberga, a fin de cuentas, es subversivo, emancipador y es tal vez la antítesis del narcotráfico, porque todo lo que éste y la droga y el sistema corrupto tienden a degradar, la música, en otro sentido o acaso en un sentido no tan distinto, y como metáfora de la existencia misma, lo recupera y lo llena de nuevo de entusiasmo, de vida y de esperanza.
Pero esa música que, como una fatídica divinidad o un poder total, está presente en todas partes, y a cuya mirada nada puede sustraerse, ¿qué es? Según Treme, es el espejo donde todos y cada uno de nosotros nos miramos. Ahí quedan reflejadas las pasiones, los instintos y las ambiciones más íntimas de los personajes. Como el inglés de The Wire, que cada cual habla en su particular estrato y según su nivel de aceptación o integración social; o como la variedad de las sustancias narcóticas, las cuales alcanzan a cada sujeto según su condición y sus carencias, la música aquí fluye por las venas, late bajo la superficie de la carne y puede maquillarse, pero no engañar. A unos derrota mientras que a otros vivifica, pero a todos por igual comprende, y a todos sin excepción atañe. Unas veces como oportunidad de salvación, por ejemplo en los críos en cuyas vidas nada tienen a lo que aferrarse y, de súbito, descubren la música; otras, como perversión de su sentido existencial, y en lo sucesivo como pérdida o devaluación de una virtud y de un modo de vivir auténticos –esto en el caso de los numerosos artistas que, a la postre, acaban por vender sus respectivas aptitudes y talentos a la industria discográfica, mediática o del espectáculo. Es, pues, todo un símbolo de pretensiones universales –la música– y no sólo un hilo conductor de una determinada, simple narración.

De ese gran símbolo, de esa realidad social trata la serie, la cual, por cierto, todavía no ha tocado a su fin, puesto que se espera que HBO emita el año que viene unos cuantos capítulos más de la que sería su cuarta y última temporada. Ése es, al menos, el plan previsto por la afamada productora, aunque a Simon y Overmyer, según se dice, les habría gustado poder desarrollar por más tiempo su visión de la recientemente renacida Nueva Orleans. Lo cual, por curioso que parezca, tiene bastante que ver con la condición y el estado de cosas propio de la producción cultural. Los creadores de Treme, al igual que muchos de los artistas de los que da cuenta la historia, se hallan en una tesitura que, por favorable que parezca –Simon, sin ir más lejos, es un veterano de la HBO y una de sus más grandes firmas– no deja de tener similitudes con aquélla, con la de los personajes de los que la serie nos habla. A menudo, las criaturas no encuentran su lugar en el mundo; la mayoría de ellas termina incluso desengañándose, o consumida por su impotencia flagrante ante la escena cultural; de hecho, raras veces se nos describe a un personaje que no haya pasado por una mala racha, que no haya deseado desembarcar de la aventura o que no haya sucumbido, alguna vez, frente a la traición, el ultraje y la estafa al por mayor que representa, sin lugar a dudas, la máquina de la cultura de masas. Y no sólo ese monstruoso mercado global, sino también sus propios comportamientos, sus principios, el carácter problemático de los individuos, es lo que les lleva o bien a abrazar la música a costa de todo, o bien a desembarazarse al fin de ella, quizá porque resulta una carga demasiado pesada, o porque es demasiado pura, o porque es demasiado honesta y fiel, tal vez, a nosotros mismos.
Treme es pues, en definitiva, un ejercicio artístico de civismo pleno y comprometido: un acto de responsable y franca humanidad. Según David Simon, la música moderna es esa creación genuina y típica de los Estados Unidos, y por eso también su gran descubrimiento. Y la serie trata de reivindicar la trascendental relevancia de ese inconmensurable valor humano que, por ser de origen norteamericano, no por eso nos deja de concernir. Así, educativa al tiempo que subversiva, realista y crítica a partes iguales, la trama de Simon y Overmyer trasciende sus fronteras locales, abarca un fenómeno global y por añadidura muestra la cara más auténtica, la más dura y también la más hermosa, de la música: cómo ésta siente y padece con la gente, cómo representa una parte de nosotros que no siempre nos salva, pero que, con todo, jamás desiste; y cómo mantiene la cabeza bien alta en el combate contra la inercia de las cosas. No cabe duda: la música es un bien hereditario, común y colectivo; un legado arraigado en lo profundo de nuestro corazón y, por lo tanto, una pasión que a todos nos incluye y nos incumbe. Y no es por su propio impulso, sino de la mano de la voluntad del hombre, como puede y debe situarse al margen de las leyes del mercado, lejos de las exigencias de la industria mediática– y hasta de la injusticia misma. Al fin y al cabo, la injusticia es su azote, su negación y su muerte. Pero no siempre: la música resiste, resiste siempre y no muere.

Gracias a Keirrison por el artículo.
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Nota: en el siguiente link podéis encontrar todas las canciones de la serie y sus referencias así como otros enlaces de interés acerca de la música de Treme: http://musicoftreme.com/