Cuántas películas o series tratan de la música, de su mundo, de sus secretos. Cientos de ellas, a decir verdad. Pero, ¿es en ellas la música la protagonista? Treme, la última creación de David Simon (1960) y Eric Overmyer(1951) para la HBO, nos traslada a Nueva Orleans, Luisiana, para mostrarnos lo que ha sido de la ciudad tras la catástrofe del huracán Katrina. Y entre escombros y edificios derruidos, y a través de las vidas truncadas de miles de personas, hay algo que con todo, y nunca mejor dicho, sale a flote. La salvación consiste, para unos, en reconstruir su casa o su negocio; para otros, en cambio, en retomar su guitarra, su violín, su trombón o su voz y, a pesar de todo, en armarse de valor y volver así a locales, salas de concierto y carnavales y tocar, tocar siempre. ¿Qué les mueve, qué es lo que les impulsa a hacerlo? El secreto está en la música.
David Simon, principal creador The Wire y Treme, pasa por ser uno de los cronistas de la historia reciente de Norteamérica. Desde Homicide: Life on the Street, serie dedicada a los avatares de un departamento de policía de Baltimore, es amigo de Eric Overmyer, quien asimismo es escritor, guionista y productor ejecutivo de esos y otros trabajos. Ambos forman una interesante pareja creativa que no deja de dar suntuosos frutos, y lo cierto es que semejante status –el de cronista del presente– parece poder atribuirse también a más escritores contemporáneos, sin duda. Pero en especial The Wire y Treme, quizá junto con The Corner (La esquina), representan un hito en la narrativa norteamericana. Tejen una ambiciosa red de experiencias, sucesos y casualidades que, con todo, nada tienen de pretencioso, ni nada de casual; y lo hacen retomando la estructura argumental y la intensidad dramática de la mejor tradición anglosajona: no en vano resuenan ecos de Dickens, de Dos Passos y Hemingway en sus obras. Y si en The Corner y The Wire los hilos conductores del relato eran el narcotráfico y su sombra, la corrupción, en Treme, si se puede hablar así, es la música lo que funciona como leitmotiv. Desde este blog, esperamos con impaciencia un último episodio de ese complejo y revelador diagnóstico de nuestra época que deben de estar tejiendo ya Simon y cía., si es que no lo han hecho aún. Pero por el momento hemos de concentrarnos, y no sin urgencia además, en el sentido y la trascendencia de la música.
Pincha en "Más información" para leer el artículo completo
David Simon, principal creador The Wire y Treme, pasa por ser uno de los cronistas de la historia reciente de Norteamérica. Desde Homicide: Life on the Street, serie dedicada a los avatares de un departamento de policía de Baltimore, es amigo de Eric Overmyer, quien asimismo es escritor, guionista y productor ejecutivo de esos y otros trabajos. Ambos forman una interesante pareja creativa que no deja de dar suntuosos frutos, y lo cierto es que semejante status –el de cronista del presente– parece poder atribuirse también a más escritores contemporáneos, sin duda. Pero en especial The Wire y Treme, quizá junto con The Corner (La esquina), representan un hito en la narrativa norteamericana. Tejen una ambiciosa red de experiencias, sucesos y casualidades que, con todo, nada tienen de pretencioso, ni nada de casual; y lo hacen retomando la estructura argumental y la intensidad dramática de la mejor tradición anglosajona: no en vano resuenan ecos de Dickens, de Dos Passos y Hemingway en sus obras. Y si en The Corner y The Wire los hilos conductores del relato eran el narcotráfico y su sombra, la corrupción, en Treme, si se puede hablar así, es la música lo que funciona como leitmotiv. Desde este blog, esperamos con impaciencia un último episodio de ese complejo y revelador diagnóstico de nuestra época que deben de estar tejiendo ya Simon y cía., si es que no lo han hecho aún. Pero por el momento hemos de concentrarnos, y no sin urgencia además, en el sentido y la trascendencia de la música.
Hay
que destacar el hecho –digno de mención– de que tales
narraciones sobre la actual realidad norteamericana se muestran al
espectador como abstracciones profundas, deliberadas, pero al mismo
tiempo, y no obstante, como retratos y descripciones profunda,
deliberadamente realistas de esa misma y no otra realidad. Es así
como caben bajo el rótulo de lo que se ha dado en llamar el “nuevo
cine”, consagrado a la pequeña pantalla y a un metraje más largo.
Pero contra lo que parece ser una trama más entra las decenas que
conforman el presente panorama cinematográfico, la empresa de Simon
y Overmyer entraña un significado preeminente. El rango de “obra
maestra” no es unívoco. Quizá esa presunta maestría estribe en
que su gran aportación a la sociedad del presente posee un valor
crítico, polémico.
Y si dicho valor reside en alguna parte, entonces es en el
desvelamiento progresivo de los contrastes, las contradicciones y, en
definitiva, de la
injusticia vigente e inherente al sistema
político, económico y social de la cultura occidental. Una
injusticia que los creadores han plasmado, a lo largo de sus carreras
artísticas, en sus múltiples variantes y en sus más ambiguas
formas de manifestación, como lo son la enajenación, la resignación
y el desencanto generalizados; como lo es la ambivalencia de toda
actividad encaminada a un fin relativo al mero interés; como lo son
la degradación moral y psicológica y la complicidad de toda
presunta inocencia en el triunfo del poder sobre sus víctimas. Así,
nadie es absolutamente libre, ni absolutamente inocente, por lo que,
como se echa de ver, aquí se trata de una injusticia que en modo
alguno puede sernos ajena.
Ahora bien, en ese microcosmos que representa Treme
en concreto, asistimos a la fase de recuperación de Nueva Orleans
tras la catástrofe del huracán Katrina. Tres meses después, hay
quien regresa para quedarse y reanudar su vida, y hay quien decide
abandonar. Miles de personas tuvieron que retomar el curso de sus
vidas a duras penas, mientras que otras perdieron la esperanza. Pero
siendo fieles al espíritu de la narración, es preciso señalar ya
que dicha reconstrucción tiene que ver precisamente con esas vidas,
con la manera de vivir y la cultura del lugar –antes que con el
paisaje y la economía urbanas. Pues lo llamativo es que la
verdadera catástrofe, a pesar de todo, no es natural, sino humana:
no es sino la que originan las ambiciones y el interés en la gestión
del rescate posterior al desastre, en una tensa confusión que parece
enfrentar a todos contra todos y, por si fuera poco, contra ellos
mismos, y no ya contra la absurda hostilidad del clima. ¿Por qué
hemos dicho, si no, que Treme,
como hacía también The
Wire,
abarca pues a la
sociedad en su conjunto? La razón es que la trama incluye a los
poderes fácticos en la forma de sus agentes típicos, de sus
representantes más característicos: abogados y profesores, policías
y políticos, oportunistas inversores y subcontratantes a gran
escala, sin olvidar a los indios guardianes de la llama, a los
jóvenes y, cómo no, a los músicos –de todas las edades;
personajes de la vida de la ciudad como lo pueden ser también los
barmans,
cocineros, obreros y otros tantos estereotipos sociales: todos ellos
conforman, en el entramado de sus diversas relaciones, los ejes de la
acción. Y por encima de todos ellos, o mejor dicho, entre sus
respectivos cuerpos, como el éter o el aire que alienta e insufla
vida al mundo, está la música.
Tremé,
a propósito, es el barrio por excelencia de los músicos que da
nombre a la serie, y que, en efecto, debe de ser un enclave
neurálgico para los lugareños. Parece ser una fábrica popular de
cultura musical aún en nuestros días, y es el escenario en el que
en un principio debió basarse la historia, aunque después ésta
haya trascendido al Tremé y nos hable, por suerte, de toda la
ciudad. Dentro de ese asentamiento del delta que vio nacer a Louis
Armstrong y Fats Domino, principal puerto del río Mississipi y villa
multicultural donde las haya, ese pequeño rincón del mundo goza de
un raro privilegio: el
de ser la cuna del Rhythm’Blues,
género sin el cual, la verdad sea dicha, el Rock&Roll habría
sido inimaginable. Y qué decir de éste último, ¿verdad? Si a eso
le añadimos el mestizaje criollo y la peculiar gastronomía, el
cajún y el delta blues, el Jazz Fest y el Mardi Gras, los carnavales
y las fiestas donde la urbe se viste con sus mejores galas, donde se
come con el mejor gusto y donde la belleza y la fuerza de la música
brillan en todo su esplendor, entonces nos encontramos con el
valiosísimo tesoro de ese pedazo de tierra y agua y alma que ha sido
y es Nueva Orleans: el inconfundible ejemplo de lo que la música, y
tal vez sólo la música, es capaz. Pues ésta resiste el pulso
frente a la ciega adversidad, colma de vitalidad tanto a los más
como a los menos favorecidos y mantiene a flote la dignidad de un
estilo de vida propio, de una forma particular y única de estar en
el mundo –y que es inconmensurable, insustituible. Lo que ni
siquiera un devastador diluvio de proporciones apocalípticas puede
llegar jamás a destruir.
De
hecho, y como han señalado ya numerosos críticos de Treme,
la música no es un mero añadido de la escena. No es un agregado
postizo, accidental, en la composición del cuadro narrativo, sino
que dinamiza y refresca, de manera constante además, la realidad
social representada. Así pues, pertenece íntegramente al contenido
del relato. Es más, la música es la esencia misma del relato.
Para
llevar a cabo semejante tarea de expresión, tarea que consiste en
inundar en un torrente de música todos y cada uno de los
capítulos, la
serie contrata a artistas locales y músicos reconocidos para que
toquen. Y lo bueno, lo más destacable, es que les paga por hacerlo.
Emplea canciones ya existentes, muchas de las cuales están sin duda
grabadas ya en nuestra memoria. Cómo obviar, entretanto, esa
legendaria “Blueberry Hill” tocada por el mismísimo, ya anciano,
Fats. Por si fuera poco, se ha asegurado que sean los propios músicos
y compositores de Nueva Orleans los que cobran los derechos, no los
sellos ni los editores de Nueva York o Los Ángeles. Y en ese delirio
ininterrumpido de melodía, ritmo y baile sin fin aparecen así
bandas como la Rebirth Brass Band o la Treme Brass Band y muchos
otros artistas de renombre y de prestigio como Irma
Thomas, Lloyd Price, Coco Robicheaux, John Boutté y un largo
etcétera.
¿Cómo
podríamos, por tanto, dejar ese factor al margen, si resulta ser
tan, tan idiosincrático? Sería más reprochable aún que obviar la
enorme calidad –notable, a veces memorable– de ciertos actores
del reparto. Porque con todo, y en el caso que nos concierne ahora,
la verdad es que la música es la protagonista de la serie.
Carnavales indios, funerales acompañados por el jazz, bolos de
cualquier género en restaurantes, aeropuertos, fiestas privadas y
locales de toda índole, e incluso actuaciones callejeras
espontáneas, todo
contribuye a reflejar ese ambiente, tan festivo y a la vez tan
melancólico, de la ciudad.
Un lugar que, a estas alturas de la canción, sabemos ya ese espacio
común para la conservación y el desarrollo de la tradición musical
contemporánea, y en consecuencia el ejemplo idóneo y más oportuno
para una fiel reproducción en la pantalla. Y tal vez sea justamente
esa actitud, la de una cierta responsabilidad para con la tradición,
la que distingue a algunos personajes de los otros. Pues para muchos,
la tradición no es sino un puñado de canciones alegres y acaso un
pretexto para la diversión y la holganza, mientras que para otros,
como para el propio David Simon, es
algo más, a saber, la
principal riqueza, el espíritu mismo de Nueva Orleans. ¿Y qué es
Nueva Orleans? “(Nueva Orleans) representa –según Simon – la
quintaesencia de los Estados Unidos. Aquí se mezclaron los ritmos
propios de los esclavos de África occidental con la instrumentación
y arreglos de la música europea, y ocurrió por la peculiaridad de
instituciones estadounidenses como el esclavismo, que se mezcló con
la permisividad de la cultura francesa criolla. En Virginia no les
dejaban tocar los tambores. Aquí sí, y así nació el jazz.”
Llegados
a este punto, es obvio que Simon y sus colegas, en lo que respecta a
Treme,
han invertido la perspectiva narrativa. Las claves bajo las cuales se
introduce la música como columna vertebral de la serie resultan ser
radicalmente diferentes, e incluso podríamos decir que opuestas, a
como se emplean la droga, el narcotráfico y la corrupción
institucional en el desarrollo de la historia de
The Wire. Quien haya
visto esta serie, tendrá una imagen inevitablemente negativa de la
droga, de la corrupción y de esa triste realidad social que, por
desgracia, la circunda y sufre su influencia. ¿Pero qué es de la
música? Si bien tanto el uno como el otro elemento no carecen de
esas ambigüedades intrínsecas que hemos mencionado arriba, ni de
una cierta susceptibilidad a transformarse al ritmo de los intereses
y las necesidades, lo cierto es que la
música se entiende desde un enfoque no sólo literal, sino también
moralmente, positivo.
Dicho de otro modo: es tal su grado de repercusión social y cultural
que, para poner en escena su verdadero valor, como ocurría en The
Wire con la droga, no
hay más que reflejar lo que ocurre. Y lo que ocurre es que ese valor
que alberga, a fin de cuentas, es subversivo, emancipador y es tal
vez la antítesis del narcotráfico, porque todo lo que éste y la
droga y el sistema corrupto tienden a degradar, la música, en otro
sentido o acaso en un sentido no tan distinto, y como metáfora de la
existencia misma, lo recupera y lo llena de nuevo de entusiasmo, de
vida y de esperanza.
Pero
esa música que, como una fatídica divinidad o un poder total, está
presente en todas partes, y a cuya mirada nada puede sustraerse, ¿qué
es? Según Treme,
es el espejo donde todos y cada uno de nosotros nos miramos. Ahí
quedan reflejadas las pasiones, los instintos y las ambiciones más
íntimas de los personajes. Como el inglés de The
Wire, que cada cual
habla en su particular estrato y según su nivel de aceptación o
integración social; o como la variedad de las sustancias narcóticas,
las cuales alcanzan a cada sujeto según su condición y sus
carencias, la música
aquí fluye por las venas, late bajo la superficie de la carne y
puede maquillarse, pero no engañar.
A unos derrota mientras que a otros vivifica, pero a todos por igual
comprende, y a todos sin excepción atañe. Unas veces como
oportunidad de salvación, por ejemplo en los críos en cuyas vidas
nada tienen a lo que aferrarse y, de súbito, descubren la música;
otras, como perversión de su sentido existencial, y en lo sucesivo
como pérdida o devaluación de una virtud y de un modo de vivir
auténticos –esto en el caso de los numerosos artistas que, a la
postre, acaban por vender sus respectivas aptitudes y talentos a la
industria discográfica, mediática o del espectáculo. Es, pues,
todo un símbolo de pretensiones universales –la música– y no
sólo un hilo conductor de una determinada, simple narración.
De
ese gran símbolo, de esa realidad social trata la serie, la cual,
por cierto, todavía no ha tocado a su fin, puesto que se espera que
HBO emita el año que viene unos cuantos capítulos más de la que
sería su cuarta y última temporada. Ése es, al menos, el plan
previsto por la afamada productora, aunque a Simon y Overmyer, según
se dice, les habría gustado poder desarrollar por más tiempo su
visión de la recientemente renacida Nueva Orleans. Lo cual, por
curioso que parezca, tiene
bastante que ver con la condición y el estado de cosas propio de la
producción cultural.
Los creadores de Treme,
al igual que muchos de los artistas de los que da cuenta la historia,
se hallan en una tesitura que, por favorable que parezca –Simon,
sin ir más lejos, es un veterano de la HBO y una de sus más grandes
firmas– no deja de tener similitudes con aquélla, con la de los
personajes de los que la serie nos habla. A menudo, las criaturas no
encuentran su lugar en el mundo; la mayoría de ellas termina incluso
desengañándose, o consumida por su impotencia flagrante ante la
escena cultural; de hecho, raras veces se nos describe a un personaje
que no haya pasado por una mala racha, que no haya deseado
desembarcar de la aventura o que no haya sucumbido, alguna vez,
frente a la traición, el ultraje y la estafa al por mayor que
representa, sin lugar a dudas, la máquina de la cultura de masas. Y
no sólo ese monstruoso mercado global, sino también sus propios
comportamientos, sus principios, el carácter problemático de los
individuos, es lo que les lleva o bien a abrazar la música a costa
de todo, o bien a desembarazarse al fin de ella, quizá porque
resulta una carga demasiado pesada, o porque es demasiado pura, o
porque es demasiado honesta y fiel, tal vez, a nosotros mismos.
Treme
es pues, en definitiva, un ejercicio artístico de civismo pleno y
comprometido: un acto de responsable y franca humanidad. Según David
Simon, la música moderna es esa creación genuina y típica de los
Estados Unidos, y por eso también su gran descubrimiento. Y la serie
trata de reivindicar la trascendental relevancia de ese
inconmensurable valor humano que, por ser de origen norteamericano,
no por eso nos deja de concernir. Así, educativa al tiempo que
subversiva, realista y crítica a partes iguales, la trama de Simon y
Overmyer trasciende sus fronteras locales, abarca un fenómeno global
y por añadidura muestra la
cara más auténtica, la más dura y también la más hermosa, de la
música: cómo ésta siente y padece con la gente, cómo representa
una parte de nosotros que no siempre nos salva, pero que, con todo,
jamás desiste; y cómo
mantiene la cabeza bien alta en el combate contra la inercia de las
cosas. No cabe duda: la música es un bien hereditario, común y
colectivo; un legado arraigado en lo profundo de nuestro corazón y,
por lo tanto, una pasión que a todos nos incluye y nos incumbe. Y no
es por su propio impulso, sino de la mano de la voluntad del hombre,
como puede y debe situarse al margen de las leyes del mercado, lejos
de las exigencias de la industria mediática– y hasta de la
injusticia misma. Al fin y al cabo, la injusticia es su azote, su
negación y su muerte. Pero no siempre: la música resiste, resiste
siempre y no muere.
Gracias a Keirrison por el artículo.
________
Nota:
en el siguiente link podéis encontrar todas las canciones de la
serie y sus referencias así como otros enlaces de interés acerca de
la música de Treme: http://musicoftreme.com/